CON LA REFORMA
TRIBUTARIA LOS RICOS LLORARÁN…PERO DE LA RISA
Por Carlos Gustavo Rengifo Arias
Un versión editada de este artículo fue publicada en Periferia Prensa Alternativa, Edición No 80, Enero - Febrero de 2013
Cuando el presidente Santos
anunció en los medios de comunicación la nueva reforma tributaria, afirmó que
los ricos llorarían con esta, lo que no nos dijo es que llorarían…pero de la
risa, porque el análisis de distintos sectores académicos, políticos y de
distintos sectores de opinión, coinciden en que esta nueva carta de Santos no
es una reforma que apunta realmente a mejorar “la equidad y el empleo digno y
estable”, como lo afirmaba él a un diario nacional. Por el contrario, es una reforma que amplia los beneficios al
capital nacional y transnacional, vía
reducción de impuestos, sumándose a la
gran cantidad de exenciones tributarias que estas reciben por invertir en el
país, aunque esto no se traduzca en más ni mejor empleo.
Para entender la nueva reforma
tributaria hay que apelar a los conceptos básicos de la hacienda pública: los
ingresos que obtiene un Estado son de dos tipos, tributarios (impuestos) y no tributarios
(utilidades de algunas empresas públicas, tasas y multas, rendimientos
financieros y los ingresos por venta de licencias de explotación de nuestros
recursos naturales). Respecto a los ingresos tributarios, es decir, los
impuestos, son de dos tipos, los directos,
que recaen sobre las rentas del trabajo y las ganancias y otros, como los que
gravan la riqueza, la tierra, los bienes inmuebles y el patrimonio; y los indirectos, que son aquellos que
gravan las transacciones de bienes y servicios, como los impuestos al consumo
(que gravan la gasolina y las bebidas alcohólicas), los impuestos a las ventas
(que gravan la ventas finales de los bienes y servicios), o los impuestos a las
importaciones (arancel).
En este orden de ideas, lo que
quiere hacer el gobierno de Santos con la nueva reforma tributaria es lo
siguiente: hacer recaer una mayor parte de los ingresos del Estado sobre el
aumento de los impuestos indirectos y disminuir los impuestos directos,
mediante la disminución de la tarifa del impuesto sobre la renta aplicable a
las personas jurídicas (entiéndase sociedades o empresas) y el aumento de los
bienes y servicios gravados con el impuesto a las ventas (IVA). En otras
palabras disminuir los impuestos a los de más altos ingresos y trasladarle la
carga tributaria al ciudadano del común.
De esta manera, la nueva reforma
tributaria es regresiva, ya que ahondaría el camino, que desde los 90´s, viene
siguiendo la reforma neoliberal en materia fiscal, en donde cada vez pesa más en
los ingresos del Estado los impuestos indirectos como el IVA que ya superan, a
partir de 1994 según cifras del Ministerio de Hacienda, más del 45% del recaudo
total de impuestos, mientras que el recaudo
por impuestos directos está por debajo de este monto.
La reforma tributaria: un lobo
disfrazado de oveja
Son varios elementos que hacen
dudar de las buenas intenciones del gobierno Santos con dicha reforma.
Primero, la presentación de la
nueva reforma tributaria “coincidió”, con varios informes en los distintos
diarios nacionales especializados en temas de economía y finanzas, sobre la
competitividad del país. En esta se
llegaba a la conclusión de que el país era poco competitivo, ocupando, según el
índice de competitividad Doing Bussines,
el puesto número 136 de 144 países del ranking, entre los cuales se
contaban a EEUU, Brasil, Nicaragua, Mexico,
Chile y Argentina, entre otros. El énfasis de dichos informes se concentró en que
Colombia registraba uno de los niveles más altos de tarifas de impuestos como porcentaje
de las utilidades, muy por encima de los países antes mencionados y que el impacto de dichos impuestos sobre los
incentivos a trabajar e invertir era uno de los más bajos. Lo
curioso de dichos informes es que no se hizo ningún énfasis en otros elementos
que aparecían antes, que las tarifas de impuestos, como los primeros causantes
de la falta de competitividad de Colombia según el mismo indicador, a saber, la
corrupción, la ineficiencia en la burocracia del gobierno, la insuficiente
infraestructura para el transporte de mercancías, la falta de acceso al
financiamiento, y el crimen y el robo.
Si los anteriores factores
pesaban más en la falta de competitividad del país que la tasa de impuestos,
porque no se están tramitando proyectos de ley que apunten a superar dichas
situaciones?, en donde están las acciones del Estado respecto a la corrupción? Y
a la ineficiencia de la burocracia estatal, más conocida como clientelismo, que
se ha hecho al respecto? Y los recursos para nuestras vías?. Nada, no se ha
hecho nada, ni existe interés de hacerlo.
Otro elemento curioso es que las
reformas tributarias se hacen generalmente para obtener más ingresos por
impuestos, sobretodo en países como el nuestro, en donde los gastos del
gobierno nacional han superado históricamente los ingresos, causando déficits
fiscales recurrentes. Pero el gobierno, en palabras de sus ministros, le han
dicho al país que con esta nueva reforma no quieren obtener más recursos, lo
que es una contradicción en términos de política fiscal.
La reforma que actualmente
tramita el gobierno consta de un total de 192 artículos que tocan, en general, temas como la eliminación de las
contribuciones parafiscales, el impuesto a la renta a las personas naturales o
retención en la fuente, la reducción a los impuestos por ganancias ocasionales
(herencias, ventas de activos, entre otros), la simplificación de las tasas de
IVA , la reducción de algunas tarifas y la creación de otras, como el impuesto
a los productos lujosos, el impuesto al “corrientazo” y a la medicina pre-pagada,
la reducción en el precio de la gasolina y la creación de un nuevo impuesto
llamado de “equidad”, para sustituir la eliminación de los parafiscales, de las
cuales instituciones como el SENA, el
ICBF y el sistema de salud han obtenido sus recursos.
El impacto sobre el Sena, el ICBF y sistema de salud
Los puntos que más preocupan sobre
la nueva reforma tributaria tienen que ver con la reducción de los impuestos a
la renta de las personas jurídicas, es decir, a las empresas y las sociedades,
que está acompañado de la eliminación de los parafiscales y la tarifa de
impuesto que se cobrará a las personas naturales vía retención en la fuente. Preocupante,
porque a leguas es claro que el gobierno quiere rebajar la carga tributaria a
los más pudientes y descargar dicho peso sobre le común de los ciudadanos. Esto
se refleja en el hecho de que las utilidades de las empresas seguirán gravadas
con un 33 por ciento -correspondiente al 25 del impuesto de Renta y el ocho del
impuesto para la Equidad, que reemplazará a los parafiscales-; pero dejarán de
pagar los parafiscales que son el 13,5 por ciento de la nómina. Como el
impuesto a la Equidad se pagará al final del año, mientras que los parafiscales
se pagan mes a mes, las empresas también tendrán un alivio en sus pagos
mensuales. Esto significa que finalmente el Sena, el ICBF y el sistema de salud
recibirán menos ingresos, afectando su cobertura y la calidad en su servicio, aunque
el gobierno insiste que por el contrario aumentaran, sin claridad de donde
saldrán los recursos que perderán dichas entidades.
Por otra parte, el supuesto deseo
del gobierno de reducir las exenciones en el pago de impuestos al gran capital
no es sino una falacia, ya que la
reducción o eliminación de los beneficios tributarios exclusivos de las
multinacionales o grandes empresas, fueron estabilizados (congelados) hasta por 20
años mediante la suscripción de contratos de estabilidad jurídica. Todo esto
logrará como objetivo, según lo ha manifestado el Ministro de Hacienda Mauricio
Cárdenas, “bajar los costos laborales, crear más empleo formal y las empresas
que se han visto tan afectadas por la revaluación recuperarán la competitividad”,
pero es de dudar que tal medida logre su objetivo porque, como la expresado el ex
director
de Impuestos, Horacio Ayala, "uno no puede crear empleos por decreto, sino por
razones económicas". De igual manera opina el presidente de la SAC,
Rafael Mejía, cuando ha señalado a los medios nacionales que “las empresas
contratan más trabajadores cuando venden más y cuando a la economía le va bien,
y no necesariamente porque bajen los parafiscales”.
El otro punto que hace pensar lo
regresiva que puede ser la reforma tributaria tiene que ver con el pago del
impuesto que se conoce como retención en la fuente. Respecto a este punto, el
gobierno decidió ponerles límite a los beneficios que los trabajadores usan
para disminuir el impuesto a cargo. Y por otro lado, se crea el llamado Iman
(impuesto mínimo alternativo) una tabla que establece un piso para el pago de
impuestos en el caso de los obligados a declarar renta. Esta medida hará que
finalmente, lo que conocemos como clase media, tendrán que ir pagando un
impuesto progresivo en la medida que aumente sus ingresos laborales. Respecto a
esto, el senador Jorge Robledo, crítico acérrimo de los TLC´s y de la nueva
reforma tributaria, ha manifestado que la reforma es regresiva, ya que “les
disminuye en $8,06 billones los impuestos a las empresas más poderosas y para
compensar los aumenta al pueblo raso y a las capas medias”.
De esta manera, la nueva reforma
tributaria es regresiva, ya que ahondaría el camino, que desde los 90´s, viene
siguiendo la reforma neoliberal en materia fiscal, en la cual cada vez pesa más
en los ingresos del Estado los impuestos indirectos (los que pagan el común de
los ciudadanos) como el IVA, que ya superan, a partir de 1994 según cifras del
Ministerio de Hacienda, más del 45% del recaudo total de impuestos, mientras
que el recaudo por impuestos directos
(los que pagan las sociedades y las empresas) está por debajo de este monto.
Por otra parte, no es una reforma
que apunte a mejorar el empleo, ya que las reformas laborales neoliberales se
han encargado de informatizarlo, a través de la disminución de las
indemnizaciones por despidos y la contratación por servicios, sino que va dirigida principalmente a aumentar
la competitividad de las empresas colombianas por la vía de la reducción en la
carga tributaria, ya que la presión que genera, en términos de competencia, la
firma de los tratados de libre comercio con EEUU, Unión Europea y los que están
en etapa de negociación, como son los que se quieren firmar con Costa Rica, Israel,
Turquía, Panamá y Japón, es bastante fuerte.
Por último, contrasta las gabelas
que el gobierno de Juan Manuel Santos quiere dar a los empresarios del país con
el bajo aumento que pretenden dar al salario mínimo en Colombia, ya que según
un informe reciente de la OIT, el aumento de este, en los últimos 10 años, ha
estado por debajo del promedio de América Latina, aumentando apenas un 1,3% en
términos reales en comparación a un 3,4% del resto de la región; acompañado de
“trabajos por debajo de la jornada normal, remuneraciones cercanas al mínimo y
personas que se dedican a actividades diferentes a las que se formaron”, como
lo afirmaba al diario la República el profesor de economía German Novoa de la
Universidad Nacional, respecto al informe de la OIT.