martes, 21 de abril de 2009

El Buda Y El Político






(La revuelta budista en Myanmar)

Una versión editada de este artículo fue públicado el 7 de marzo de 2011 en http://www.revistacronopio.com/?p=4704

Por Carlos Gustavo Rengifo Arias

Presentación

He querido también abordar la relación entre la política y la religión ejemplificando que esta relación ha estado presente también en el Budismo, proceso del que no da cuenta Gilles Kepel en su libro “La revancha de Dios” por razones que desconozco. Sin embargo, vale la pena abordarlo, para entender, como por ejemplo desde hace algún tiempo una gran cantidad de monjes budistas en Myanmar, antes Birmania, han venido liderando protestas en contra del régimen militar que está en el poder.

El interés de comentar esto no es simplemente casuístico, sino que comporta una reflexión que no se encuentra en el texto de Gilles Kepel, esto es, que a diferencia de los procesos de re-cristianización, re-islamización y re-judaización que han surgido desde los 70´s como negación de la modernidad, el Budismo en particular como religión nó-teista reivindica valores modernos como la democracia; por lo menos esta es la reflexión que dejó las palabras pronunciadas por el Dalai Lama en París a propósito de la celebración de los últimos juegos olímpicos realizados en China en el mes pasado y que se comentan al final de este apéndice.

Budismo y Política: el Budismo Comprometido.

El Budismo es esencia una filosofía que tiene como eje de reflexión y de acción el sufrimiento. Según la tradición, el Buda (Siddhartha Gautama) encontró las 4 nobles verdades sobre la vida, a saber:

1. La vida es sufrimiento.
2. Este sufrimiento tiene un origen: el apego, la ambición y el deseo.
3. Es posible superar el sufrimiento, esto se logra renunciando al apego, a la ambición y al deseo.
4. El camino para superar el sufrimiento, es decir, para renunciar al apego, la ambición y al deseo consiste en recorrer el óctuple sendero[1], que es una serie de cambios en la concepción que tenemos de lo que significa la felicidad del hombre y que apunta a transformar la relación de apego que tenemos hacia el mundo, sus cosas y las personas.

Hasta aquí parece que lo que se busca es un revolución, un cambio en la forma en que el individuo se relaciona con el mundo, pero es una revolución individual que parte de la conciencia del sufrimiento, elemento esencial para alcanzar el Nirvana, que es la ausencia del sufrimiento.
Sin embargo, los acontecimientos del año pasado en Myanmar en donde los monjes budistas fueron violentamente reprimidos por el régimen militar por encabezar las protestas contra este, dan cuenta de una estrecha relación entre Budismo y política que supera toda aspiración meramente individual y que se manifiesta también como una preocupación por los problemas sociales y políticos y que ha sido llamado Budismo comprometido[2]. Esta relación no constituye una excepción sino al parecer una regla en este país y en otros en donde el budismo se ha implantado.

En efecto, cuando Myanmar, antes Birmania, se independiza de la dominación colonial del Reino Unido, U-Nu, su primer presidente, elaboró un programa que denominó “socialismo budista”. Para este gobernante un auténtico Estado socialista tenía por finalidad promover la igualdad entre todos los seres humanos, desaprobar la codicia, pero a la vez proporcionar tiempo libre para que los ciudadanos pudieran dedicarse a la meditación y buscar el nirvana, la liberación permanente entre el ciclo eterno de muerte y el renacimiento. Este presidente, que mezcló las enseñanzas del budismo con el socialismo, fue derrocado por el Ejército en 1962 y huyó a la India, para luego retornar a su país y convertirse en monje budista.[3]

La junta militar y la revuelta budista en Myanmar.

En septiembre del año pasado pudimos ver a través de la T.V. un suceso poco usual: una gran cantidad de monjes budistas protestando y encabezando una serie de movimientos populares, en un país cuyo nombre, Myanmar, también pocas veces escuchamos, pero que cada vez resuena más por estar dominado por una dictadura militar que lleva 19 años en el poder[4]. Las manifestaciones de los budistas, como tenía que ser, fueron pacíficas y sufrieron la represión de la dictadura, un hecho que consternó a la opinión pública mundial.

Pero la represión social del régimen militar sobre la población no es nada nuevo. En 1988, según noticias disponibles 3000 personas fueron asesinadas en protestas similares.[5]
El régimen es uno de los más brutales y corruptos del mundo, las condiciones de vida de la población se han hundido y han alcanzado un nivel muy bajo. Sus orígenes se remontan a los acontecimientos ocurridos en 1962, cuando Ne Win dio un golpe de estado y siguió el modelo de la China maoísta, nacionalizó toda la tierra, la industria y el comercio, y creó un régimen totalitario de un solo partido. Incluso adoptó el título de "presidente". Se eliminó el capitalismo y se estableció la economía planificada. Esto ocurrió cuando Birmania era colonia de Gran Bretaña.
Sin embargo, Birmania (ahora Myanmar) nunca fue "socialista", sino que más bien era una horrible caricatura de socialismo, los medios de producción fueron expropiados pero el poder no estaba en manos de los trabajadores y los campesinos. El poder estaba en manos de una elite militar burocrática[6].

Lo cierto es que el régimen que llegó al poder, tenía una idea particularmente distorsionada de cómo se debería desarrollar la economía. No sólo nacionalizó los altos mandos de la economía, sino también la pequeña parcela de tierra o pequeño negocio. Los efectos de estas medidas lejos de ayudar a desarrollar la economía, en realidad contribuyeron a sofocar el desarrollo. El régimen llegó incluso a cerrar las salas de baile, eliminar el turismo y expulsar a los extranjeros. Se convirtió en uno de los regímenes más autárquicos jamás visto, parecido al de Nor-corea.
Aunque desarrolló de alguna manera la economía, las restricciones burocráticas finalmente ahogaron a la economía, particularmente la agricultura. Birmania era el mayor exportador mundial de arroz, pero a mediados de los años setenta apenas producía suficiente comida para alimentar a su propia población. El ingreso per cápita también cayó, de 670 dólares en 1960 a 200 dólares en 1989. La casta burocrática militar rápidamente se convirtió en un freno absoluto para el desarrollo de las fuerzas productivas. El que era un país potencialmente rico se convirtió en uno de los más pobres del mundo.

La situación se complica en los años ochenta. En 1987 el régimen anunció que los billetes de banco ya no eran una moneda válida, esta medida destruyó los ahorros de la población y llevó directamente a la insurrección de 1988 que fue ahogada en sangre. En el mismo año, el viejo dictador retirado Ne Win y un grupo de generales tomaron el poder, apartando a codazos a la anterior fracción que tenía el control del Estado. Este nuevo régimen en 1989 cambió el nombre del país a Myanmar, abandonó el nombre anterior de: República Socialista de la Unión de Birmania, convocó elecciones libres en 1990, la Liga Nacional por la Democracia (NLD) de Aung San Suu Kyi's consiguió una victoria arrolladora: el 80 por ciento de la población.
La realidad económica de Myanmar es bastante lamentable, aunque sus estadísticas son difíciles de estimar pues el régimen militar se ha encargado de ocultarlas[7]:
Se cree que la junta militar gasta más del 40 por ciento de su presupuesto en armas y defensa, en cambio, gasta menos del 1 por ciento del PIB en sanidad y educación juntas.

De una población cercana a los 50 millones, la fuerza laboral es de aproximadamente 29 millones, pero el 70 por ciento trabaja en la agricultura. Este sector supone el 50 por ciento del PIB, mientras que la industria sólo representa el 15 por ciento, se calcula que el desempleo supera el 10 por ciento. El PIB per cápita anual en 2006 era de 1.800 dólares.

El 10 por ciento más pobre de la población consume sólo el 2,8 por ciento de la riqueza nacional, mientras que el 10 por ciento más ricos tiene el 32,4 por ciento (datos de 1998). Esta situación ha empeorado por que la inflación se disparó y superó el 20 por ciento. Eso explica por qué el 25 por ciento de la población vive por debajo del nivel de pobreza. Existe un riesgo muy elevado de enfermedad, sobre todo diarrea, hepatitis, fiebre tifoidea, dengue y malaria. El VIH se extiende, la esperanza de vida hasta hace unos años era de 62, pero ahora se calcula que estaría por debajo de los 50 años. Esta es una prueba del declive general de la infraestructura en estos últimos años.

El grado de colapso de la economía y de la infraestructura general se puede ver en el hecho de que el tráfico de personas se convertido en la principal exportaciones del país, con hombres, mujeres y niños llevados al Este y Sudeste de Asia para la explotación sexual, el servicio doméstico y el trabajo forzoso. Muchos de los emigrantes de Myanmar terminan como esclavos laborales y las mujeres obligadas a ejercer la prostitución. Aunque el país es rico en materias primas, se ha convertido en el segundo productor mundial de opio. Esta situación es una absoluta condena de estos oficiales del ejército corruptos que están ocupados en acumular riqueza personal mientras millones sufren una pobreza extrema.

En esta situación se agrava cuando el régimen anuncia en agosto medidas económicas severas, retirando los subsidios al combustible y anunciando que el precio de los combustibles subiría un 500 por ciento. El precio del gas se multiplicó por cinto, el petróleo y el diesel se doblaron, el precio del transporte también se dobló.

Estas medidas desencadenaron un movimiento que ha llevado a esta situación. El 19 de agosto unos 400 "activistas pro-democracia" organizaron una manifestación en Rangún contra el aumento de los precios. El régimen reaccionó como siempre, arrestó a 150 manifestantes. A principios de septiembre, el movimiento, con amplia participación de los monjes budistas, fue ganando fuerza con los días. Los jóvenes monjes budistas llenaron el vacío y se convirtieron en el punto de atención del movimiento de masas, pero no tienen una expresión política propia. El 22 de septiembre, se manifestaron ante la casa de la líder
de la oposición: Aung San Suu Kyi, lleva allí años bajo arresto domiciliario. El 24 de septiembre, 100.000 personas salieron a las calles de Rangún.

Este es el panorama en Myanmar y los estrechos lazos entre budismo y política, ejemplo nuevamente de la relación entre política y religión.
Por último, deseo terminar este trabajo planteando, como ya dije al comienzo de este apéndice, que la relación del Budismo con la modernidad es y ha sido distinto al sostenido por otras religiones, pues por el contrario este (el budismo) ha tenido en tiempos modernos acercamientos con la secularidad liberal e incluso marxista. En efecto hace poco el máximo representante religioso del Budismo, el Dalai Lama hacia un llamado desde Paris a conducir a China hacia la democracia. Lo hacia en el marco de un encuentro con diputados y senadores franceses y a propósito del desarrollo de los juegos olímpicos en China. En sus propias palabras: exhortó a defender "Ciertos principios como la democracia, la libertad religiosa, los derechos humanos, la libertad de prensa y el Estado de derecho".

Es decir, hizo un llamado a la modernidad en China.

[1] Recto pensamiento, recta palabra, recta acción, recto deseo, entre otros.
[2] El término ha sido forjado durante la guerra del Vietnam por Thich Nhat Hanh, monje budista, como respuesta a los problemas sociales y políticos, y ya tiene una historia centenaria en Asia. En el origen, se trataba de una lectura budista del marxismo. El ideal comunista ha parecido a sus primeros lectores orientales una versión curiosamente cercana al modelo comunitario predicado por el Buda. Y desde el principio del siglo, surgía aquí y allá la idea de un "budismo socialista" o de un "budismo radical". La mayoría de veces, este primer impulso fue reprimido violentamente. Durante la guerra ruso-japonesa de principios de siglo, un asunto que implicaba a religiosos también tuvo una gran resonancia en Japón. Veintiséis personas pertenecientes a un movimiento de inspiración marxista y anarquista fueron arrestadas por alta traición y conjuración contra el Emperador. Entre ellas, el editor de la traducción japonesa del Manifiesto del Partido Comunista y cuatro monjes budistas entregados a la causa del pueblo. Uno de esos monjes, Gudô Uchiyama, de la escuela Zen, ha dejado una amplia obra escrita que permite circunscribir sus reflexiones. Sus lecturas de los autores sociales le habían llevado a la conclusión de que las doctrinas budistas y marxistas compartían el mismo ideal social. Por esto, le pareció que era su deber de monje militar por el desarme, el pacifismo y la nacionalización de las tierras. Cuando en 1907, el partido socialista japonés fue prohibido, Uchiyama siguió imprimiendo sus libros en la clandestinidad donde hacía un llamamiento a las reformas sociales y económicas. Arrestado en 1909, fue condenado a siete años de cárcel por actividades subversivas. Cuando estaba en la prisión, fueron arrestados otros militantes. Sus libretas y octavillas eran re-leídas, como su Manual para los soldados imperiales, donde pedía a los militares que desertaran. Finalmente acusado de alta traición, Uchiyama, monje budista y marxista, fue fusilado junto a otros conspiradores. Este asunto que marcó la opinión japonesa de la época es, en este aspecto, revelador de este encuentro inesperado entre Oriente y Occidente. Véase la amplia literatura sobre el Budismo comprometido que se encuentra en la web.
[3] Si bien esta relación entre el budismo y la política se está manifestando con mayor énfasis en la actualidad, como se dijo ha sido una constante en la historia de los países budistas. El emperador hindú Asoka (268 al 239 a.C.), de la dinastía Maurya, una especie de Constantino hindú, se convirtió explícita y públicamente al budismo y lo extendió más allá de sus fronteras. Se cree que Menandro, uno de los reyes helénicos de Asia Central, sucesor de Alejandro El Magno, se convirtió al budismo. El príncipe japonés Sotuku declaró el budismo religión oficial de la corte Yamoto durante el 592 de nuestra era. De todos los linajes reales budistas, el tailandés, antes reino de Siam, ha sobrevivido con mayor vigor. Tailandia fue el único país del sudeste asiático que no sufrió la dominación del colonialismo occidental, situación que permitió a su monarquía tener una estable continuidad para construir su propio camino hacia la modernización. Uno de sus monarcas promocionó una forma de budismo compatible con la ciencia occidental moderna. Así como el budismo en algunos casos es creencia oficial, en otros ha sido perseguido, tal como sucede con el Dalai Lama tibetano, el decimocuarto entre los líderes religiosos y seculares del Tíbet, que recibió el Premio Nobel de la Paz. Llama la atención cómo en la era de la globalización el budismo se está adecuando a los cambios, pero manteniendo su esencia, y que los monjes budistas encabecen la lucha a favor de la democracia, una forma política creada por Occidente. Véase al respecto “Budismo y política”, por Francisco Miro Quesada, publicado en la web www. elcomercio.com.pe el 7 de enero de 2008.
[4] Digo poco usual, pero seria más claro decir que ha sido poco documentada, ya que en desde la guerra de Vietnam se conocieron muchos casos de importantes monjes budistas que se prendieron fuego para protestar contra esta atroz guerra.
[5] Véase “la Tragedia de Myanmar” por Fred Weston, publicado en la web http://www.iade.org.ar/ el 26 de octubre de 2007.
[6] Ibid.
[7] Ibid.

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